Hace unos días, en uno de los
descansos entre clase y clase en la Facultad, me entretuve comentando con un
compañero la situación política en general del país. Me resultó muy estimulante
y me dio varias cosas que pensar: Este compañero de facultad es de ascendencia
chilena, posee la doble nacionalidad, y me estuvo comentando que a pesar de
vivir muchos años en España no acababa de poder identificarse como español. Me
decía que no había conseguido desarrollar un sentimiento razonable de apego al
país, ya que veía que la política, la sociedad, sus valores y cultura estaban especialmente
viciadas, y consideraba su futuro lejos de aquí. Si alguna vez se dedicara a la
política o a la diplomacia, querría hacerlo desde Chile y no desde España.
Me comentaba cómo había podido
observar en este tiempo algo que consideraba típicamente español: el hablar de
todo sin saber de nada. En cualquier otro país, me aseguraba, si preguntas a
una persona sobre un cierto tema lo más probable es que te diga que no conoce
el tema, por lo que no puede darte una opinión fundamentada y objetiva al
respecto. Sin embargo, aquí somos especialistas en criticar y hablar sobre
todas las cosas, las conozcamos o no. Lo habitual es oír un “yo no conozco
sobre el tema, pero si te diré que…”. Y claro, lo habitual de esto es que se
generen opiniones poco fundamentadas, que no se atienen a la realidad, pero que
sin embargo se extienden como la pólvora.
Lo más curioso es que en cuanto
rascas un poco, salen a relucir incoherencias profundas. La de mayor actualidad
seguramente sea la que tiene que ver con la política y los políticos,
últimamente muy asociados (por méritos propios) a corrupción. ¿Quién no ha oído
(e incluso entonado en alguna ocasión) el “si es que en el fondo todos son
iguales” y/o “todos son unos ladrones y chorizos”? Podríamos considerar este
tipo de afirmaciones en momentos determinados como meras formas de desahogo
ciudadano, pero lo gracioso viene a continuación: ¿Quién no ha oído tras ese
tipo de afirmaciones un “…aunque si estuviera en su posición, yo también
robaría”, o “cuando algún día llegues a algo, acuérdate de mí”? Es la falta de
coherencia, de aplicación en las acciones de uno mismo lo que se pide en las
acciones de los demás, lo que resulta esperpéntico. Mi compañero y yo
compartimos en este punto una opinión que a ambos nos parecía básica para
entender el porqué de esta situación: La clase política no es más que un fiel
reflejo de los valores de los que adolece la sociedad.
Si echamos una vista a nuestra
historia, pareciera que la corrupción fuera el sino de España, una parte inseparable
de su esencia, en momentos más, en momentos menos, pero siempre ahí presente.
En algunos momentos más aceptada mientras no afectara a mí bolsillo, en otros momentos
el eje central de los problemas de España. Sinceramente, no creo que podamos
echar nada en cara a nuestros representantes políticos, simple y llanamente
porque nosotros les hemos puesto ahí.
Deberíamos de preguntarnos
primero si nosotros estamos dispuestos a cambiarnos, a cambiar nuestros
valores, a dar ejemplo y predicar con él antes de echar todos los balones fuera
y culpar a los demás sistemáticamente de nuestras desgracias. Deberíamos
revisar nuestras conductas propias si queremos de verdad cambiar las cosas. Aunque
ciertamente creo que aquí se nos han juntado ya demasiados problemas que no
hemos resuelto, ya que realmente la política española necesita de renovación,
adaptación y cambios profundos si no queremos ver a la antipolítica ganar la partida.
¿Sobreviviremos a ésta? O mejor dicho, ¿Cómo sobreviviremos a ésta?
Publicado originalmente en el periódico digital A pie de Calle.
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