Decía Hannah Arendt, teórica
política contemporánea, que las ciudades en las que vivimos no son más que una
extensión de lo que ocurre en todos y cada uno de nuestros foros internos, o
dicho de otra manera, cada uno de nosotros está gobernado por una pequeña
ciudad que puebla nuestra mente, donde al igual que en nuestras ciudades existe
un poder ejecutivo, un poder legislativo y un poder judicial. Del mismo modo
que en las ciudades que nosotros habitamos, debe existir un equilibrio entre
estos tres poderes, ya que si no es así, nos volvemos seres tiránicos: si la
ejecución de nuestras acciones no está avalada por una legislación apropiada,
sease una moralidad y ética correctas, o no somos capaces de juzgar
correctamente dichas acciones, nos volvemos seres que no piensan, sino seres
que simplemente actúan sin pensar en las consecuencias de sus actos. Para ella,
cuando esto sucede, perdemos nuestra condición de ciudadanos ya que somos
incapaces de coordinar nuestros pensamientos con nuestras actuaciones.
Me gustaría hablar y analizar brevemente la ciudad en la que vivo, Collado
Villalba. No podemos decir precisamente que se trate de una ciudad bonita, de
estética cuidada; no se trata de una ciudad donde al pasear por sus calles
sientas la necesidad de pararte a observar lo que hay a tu alrededor, o de
mirar las fachadas de los edificios, de pasear por sus parques...No es una
ciudad agradable de ver estéticamente, no nos engañemos. Y de esto todos somos
un poco culpables, nuestros representantes políticos los primeros, los de ahora
y los de antes.
Si seguimos el razonamiento de
nuestra teórica política, ¿Os imagináis lo estropeadas que deben de estar
nuestras ciudades internas como para que reflejen una ciudad como Collado
Villalba? No estoy queriendo decir que sea una ciudad inhabitable, ni mucho
menos, pero sí que todos hemos perdido la pasión (si alguna vez llegamos a
tenerla) de sentir nuestra ciudad como propia, de identificarnos con ella. La
hemos convertido en un lugar de paso, en una ciudad de servicios desalmada y
sin vida propia, en una ciudad donde venimos a dormir, nos acercamos en coche a
hacer nuestras compras a los centros comerciales de las afueras sin tener que
pisar para nada el centro, simple y llanamente porque no hay nada en el centro.
Si nos convencemos de lo que
Hannah Arendt nos propone (la ciudad como reflejo y extensión de nosotros
mismos), deberíamos de plantearnos muy seriamente si realmente ésta es la
ciudad que queremos vivir y sentir; si ésta es nuestra ciudad; o si nosotros
podemos hacer algo por cambiarla y por cambiarnos.
“Nadie puede ser feliz sin participar en
la felicidad pública, nadie puede ser libre sin la experiencia de la libertad
pública, y nadie, finalmente, puede ser feliz o libre sin implicarse y formar
parte del poder político” Hannah Arendt.
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